La noche de Halloween ya está aquí e Internet está plagado de listas que contienen todas aquellas películas de terror que todo buen amante del cine debería ver, al menos, una vez en su vida. En Los Lunes Seriéfilos nos hemos propuesto justo lo contrario. Queremos sembrar la polémica.
Como valoramos mucho el precioso tiempo de nuestros lectores, hemos elaborado una lista con las siete películas de terror que deben evitar a toda costa: siete cintas espantosas, atroces, espeluznantes. En definitiva, siete filmes verdaderamente terroríficos (pero no precisamente en el sentido en el que lo pretendían ser).
Hemos decidido seguir, para su disposición, un orden estrictamente alfabético. No nos sentimos capaces de decidir cuál de todas ellas es la peor.
Las críticas, esta vez sí, contienen spoilers.
El libro de las sombras: el proyecto de la bruja de Blair 2 (Joe Berlinger, 2000).
Un hombre obsesionado con la leyenda de la bruja de Blair organiza una expedición para buscar a los tres jóvenes desaparecidos en el bosque de Maryland.
Los protagonistas de El libro de las sombras son incoherentes, imbéciles hasta el extremo y aburridos. Más que personajes parecen caricaturas, armazones vacíos que hablan y se mueven torpemente por la pantalla. Ni el guión tiene consistencia ni los sustos fáciles consiguen generar el más mínimo movimiento facial en los espectadores. Por si no fuera poco, sus creadores han pretendido dotar a la cinta de un halo legendario que termina rozando el ridículo.
La cinta que ahora nos ocupa, como hemos podido suponer por su subtítulo, aprovechó el tirón de El proyecto de la bruja de Blair, estrenada un año antes. Daniel Myrick y Eduardo Sánchez dirigieron una película polémica que dividió a crítica y público. Mientras que muchos admiraban la tensión constante creada usando únicamente dos cámaras de mano y tres actores, otros la tacharon de incongruente y pretenciosa. Sea como fuere, nunca debió existir esta secuela.
Exorcismo en Connecticut (Peter Cornwell, 2009).
Para la elaboración de esta lista hemos evitado la inclusión de películas como Zombeavers (Jordan Rubin, 2014), Ovejas asesinas (Jonathan King, 2006) o The Cloth (Justin Price, 2012), porque, a pesar de ser malas hasta decir basta, al menos nos han hecho pasar un rato divertido. Cuando el espectador termina su visionado, siempre con una media sonrisa, tiene la certeza de que los guionistas no han pretendido hacer una auténtica película de terror. A veces hasta pensamos que no nos importaría en absoluto irnos un día de cañas con ellos para que nos explicaran cómo concibieron semejantes frikadas (aunque probablemente ya nos hacemos una idea…).
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No es esto lo que ocurre con Exorcismo en Connecticut. Sus primeros minutos logran hacernos creer que quizá estemos ante una película aceptable, uno de esos filmes que vemos con gusto pero que no recordaremos al día siguiente. Pero conforme la trama avanza no podemos borrar una expresión de incredulidad de nuestros rostros: cuando parece que nada puede empeorar, el argumento da un nuevo –y penoso- giro tras otro. Cuando el metraje alcanza su primera hora de desarrollo aún estamos esperando el momento en el que el personaje poseído se manifieste y salve a la cinta del fracaso. Si hemos conseguido no dormirnos, y si somos almas ingenuas, puede que todavía conservemos la fe en la aparición de dicha posesión porque el título en castellano de la película así nos lo ha prometido. Finalmente nos damos cuenta de que no hay exorcismo, ni tampoco poseído, y que lo único que la película nos ofrece es un cura-taxista (ese ridículo momento en el que un niño muerto se persona en el asiento trasero de su coche) y veinte cadáveres dentro de la pared de la vivienda- de cuya existencia, por cierto, nadie se ha dado cuenta a pesar del hedor que deberían desprender.
Exorcismo en Connecticut se cuela en nuestra infame lista por pésima y por mentirosa. Deberíamos haber seguido nuestro instinto y haber apagado el televisor antes de que el minuto veinte hubiese llegado a su fin.
Gonger, el mal viene del pasado (Christian Theede, 2008).
Otra cinta alemana se cuela en nuestra lista de las mayores aberraciones del género de terror. Esta vez, con una obra maestra producida directamente para la televisión. Narra la historia de una venganza de ultratumba y sigue los intentos de un niño fantasma que trata de vengarse de los descendientes de sus asesinos.
Gonger no es original en su trama, pero sí sorprende en su desarrollo: sus guionistas (el propio Christian Theede, Ben Bernschneider y Erol Yesilkaya) parieron una película que va perdiendo totalmente el sentido, una narración que transcurre a lo largo noventa y cinco minutos de vertiginosa decadencia.
Pero lo peor aún estaba por llegar. Créanlo o no, pero hubo una segunda parte.
House of the dead (Uwe Boll, 2009).
La alemana House of the dead (aka “La rave del Infierno”) cuenta la lucha por la supervivencia de un grupo de jóvenes que asisten a una fiesta en una misteriosa isla conocida como “La Isla de la muerte”. Allí serán perseguidos por un grupo de muertos vivientes liderados por un brujo que encontró un elixir que le permitía eludir la muerte. Tal y como lo oyen.
La película –basada en un videojuego- se torna en algo similar a un larguísimo videoclip de una canción de reggaeton macabra: mucha carne desnuda, muchos efectos especiales pésimos, una serie de frases que dan vergüenza ajena y un conjunto de actores que deberían firmar un contrato prometiendo que nunca más, y bajo ninguna circunstancia, volverán a aparecer en pantalla.
Bonus: ni se les ocurra ver Alone in the dark, del mismo director, que consigue igualar esta joya del séptimo arte. O, mejor aún, háganse un favor a ustedes mismos y no vean ninguna de las películas de Uwe Boll.
Km. 666 (Rob Schmidt, 2003).
Un grupo de jóvenes están haciendo un viaje por carretera cuando (¡oh, sorpresa!) se pierden en un profundo bosque y son perseguidos por un grupo de caníbales.
Km. 666 sigue la estela de todas las cintas que la preceden en nuestra lista: interpretaciones malas, efectos especiales atroces y carencia absoluta de un guión coherente. Los personajes, por su parte, son un estereotipo andante y la historia está más que vista. Al espectador no sólo le da igual que sus protagonistas mueran, sino que estará deseando que vayan desapareciendo de su vista cuanto antes.
Rob Schmidt, a diferencia de otros de los directores que ya hemos repasado, sí consigue crear una emoción en el espectador. Sólo una. Cólera. Y es que ésta es una de las mayores tomaduras de pelo del cine de terror americano de los últimos quince años.
La gracia del asunto es que no tiene ni una ni dos secuelas, sino que a alguien le pareció buena idea hacer cinco películas más basadas en esta originalísima historia.
Llamada perdida (Eric Valette, 2008).
Llamada perdida es el remake americano de la película homónima japonesa, dirigida por Takashi Miike en el año 2003. Si la película original ya es mala, su versión norteamericana es todavía peor.
Un grupo de jóvenes comienzan a recibir mensajes en sus teléfonos móviles que les muestran cómo será su muerte. Una de las chicas, ayudada por un detective, tiene tres días para eludir su siniestro final.
Eric Vallete olvida introducir cualquier tipo de suspense en la trama. Este hecho, sumado a los deplorables efectos especiales y a unos actores relativamente conocidos (ella es la chica de Destino de caballero; él, el encargado de dar la réplica a Robert de Niro en 15 minutos) en sus momentos más bajos, convierten a esta cinta en algo que debemos intentar eludir a toda costa. Si algún valiente se atreve a verla, no necesitará prestar demasiada atención para descubrir los mil y un fallos de su guión.
Hasta el tráiler es pésimo:
Terror en el Green (Kevin Greene, Adam Johnson y Tripp Norton, 2002).
La misma sinopsis de la película ya adelanta la catástrofe: un grupo de jóvenes son perseguidos por un asesino vestido de jardinero, que utilizará herramientas de jardinería para intentar acabar con sus vidas.
En Los Lunes Seriéfilos nos negamos a creer que esta película haya sido rodada con intención de provocar terror en sus espectadores. Es tan evidentemente mala que sólo nos queda la esperanza de que sus directores fuesen tres amigos dispuestos a llevar a la gran pantalla una broma muy, muy larga. Cada asesinato supera al anterior en lo absurdo de su ejecución.
Para muestra, un botón: atentos a esta gloriosa escena.